viernes, 18 de febrero de 2011

De Pluma y Pincel

Luis Enrique Délano y Pablo Neruda: recuerdos de una vieja amistad. Poli Délano.


Ese año, Délano viajó dos veces a Santiago. La primera para asistir a los funerales del poeta Romeo Murga, que en Quillota fue su profesor de francés y su buen amigo. En la segunda conoció a Pablo Neruda.


En 1925, Luis Enrique Délano cursaba el último año de la educación media en el Liceo de Hombres de Quillota. Le había dado por escribir frenéticamente poesía y por leer cuanta obra literaria cayera en sus manos. En sus "Poemas del Liceo" abordó todo lo poético que puede encontrase en un colegio: el viejo portero, algunos profesores, los instrumentos del gabinete de química, la campana que llamaba a clases... Dice en su libro de memorias Aprendiz de escritor : "Por cierto que después de leer Crepusculario y los Veinte poemas de amor hice una pira con todos esos versos del liceo y muchos otros que sumaban cerca de ochenta y soplé las cenizas en el mismo viejo patio"...


Ese año, Délano viajó dos veces a Santiago. La primera para asistir a los funerales del poeta Romeo Murga, que en Quillota fue su profesor de francés y su buen amigo. En la segunda conoció a Pablo Neruda. Gerardo Seguel le dijo que consiguiera dos pesos cincuenta y se fuera al restorán "El Jote" a las 8 de la noche. Allí, en una larga mesa, estaba Neruda de traje oscuro, sombrero alón y corbata negra. También estaban algunas de las voces poéticas jóvenes que habrían de constituir plana mayor en la poesía chilena: Tomás Lago, Humberto Diaz Casanueva, Rosamel del Valle, el propio Seguel, entre otros. Fue el comienzo de la amistad Neruda-Délano, que duró toda la vida.



Diez años más tarde, ese lazo afectivo se apretó cuando ambos trabajaron juntos en el Consulado de Chile en Madrid, Neruda como cónsul; Délano como canciller consular. Allí compartieron amigos como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Miguel Hernández, Juan Rejano, el pintor Miguel Prieto, el escultor Alberto, el cineasta Eduardo Ugarte, la flor y nata de la literatura y el arte jóvenes que se generaba en la España republicana; y también la amistad de artistas chilenos como el compositor Acario Cotapos, el pintor Isaías Cabezón. En otro de sus libros de memorias, Sobre todo Madrid, Délano recuerda que la primera noche que visitó a Neruda en el departamento que llamaban Casa de las Flores, Pablo recitó "Alberto Rojas Giménez viene volando", escrito poco antes en Barcelona a raíz de la muerte en Santiago de ese amigo poeta; le pidió una copia para llevársela a Gabriela Mistral, antes de su traslado a Lisboa. "Me parece que Gabriela escribió un artículo sobre las nuevas tendencias poéticas y ese poema –dice-, que para algunos es la más grande elegía escrita en español después de las Coplas de Jorge Manrique". A fines de 1936, tras la caída de Madrid frente a las tropas de Franco, los Neruda y los Délano dejaron el Consulado y viajaron juntos primero a Valencia y luego a Barcelona y Marsella. Mi padre, mi madre y yo, que aún no cumplía un año, partimos rumbo a Valparaíso en el vapor italiano Virgilio. En una dramática y larga carta que Délano le escribe a Neruda a bordo de esa nave, como anunciando lo que le va a caer al mundo, dice: En este barco existe el fascismo más desenfrenado. El comedor, la cantina, todo, está presidido por retratos de Mussolini. Antenoche hubo una fiesta en segunda. Un español se vistió de oficial y gritaba:¡Viva Italia, España, Alemania, Portugal! ¡Viva el facismo internacional! Neruda se quedó en Marsella para pronto continuar viaje a París. Para ambos, la Guerra Civil española fue una experiencia definitiva que les marcó nuevos rumbos. Neruda da cuenta de ello en su poema "Explico algunas cosas"; Délano lo hace en el prólogo de Viejos relatos.



En 1939, cuando se gestaba la Segunda Guerra Mundial, Délano y Neruda compartieron labores en la organización antifascista Alianza de Intelectuales, donde participaron también Francisco Coloane, Rubén Azócar, Juvencio Valle y un centenar de artistas y trabajadores de la cultura chilenos. Y en 1940, bajo la presidencia de Pedro Aguirre Cerda, ambos fueron nombrados cónsules de Chile en México y emprendieron viaje juntos desde Valparaíso al puerto mexicano de Manzanillo en el vapor japonés Rakuyu Maru.



Los Neruda y los Délano compartieron una vieja casona de campo en los alrededores de la capital mexicana, la "Quinta Rosa María". Compartieron también los días en las labores consulares y las noches en fecundas tertulias con escritores y artistas mexicanos (Rivera, Siqueiros, María Izquierdo, Xavier Guerrero, Juan de la Cabada, José Revueltas...) y con los pares españoles refugiados de la Guerra civil, a algunos de los cuales habían conocido en Madrid: León Felipe, Juan Rejano, Herrera Petere, Miguel Prieto, Eduardo Ugarte, Wenceslao Roces. Los domingos las dos familias nos íbamos a la Lagunilla, un mercado persa de varias cuadras donde era posible encontrar desde dientes de oro de segunda mano hasta canguros embalsamados. Muchas piezas de las variadas colecciones nerudianas provienen de ahí. A veces los fines de semana eran dedicados a conocer las ciudades cercanas a la capital: Cuernavaca, Cuautla, Puebla, Toluca. En 1943, Neruda dejó su cargo y volvió a Chile haciendo escala en diversos países americanos. Los Délano siguieron hasta 1946. De ahí a Nueva York.



Bajo el gobierno de González Videla, al amparo de la antidemocrática ley llamada "de defensa de la democracia", Neruda fue desaforado de su cargo de Senador de la República, perseguido y clandestino hasta que logró salir del país con documentos falsos. Poco antes de su partida, él y la Hormiga pasaron alrededor de un mes ocultos en la casita de Ñuñoa que habitámos mi madre y yo. Por esos mismos días, Délano era exonerado de su cargo de Cónsul en Nueva York. El siguiente encuentro de los amigos se produjo nuevamente en México para el Congreso de la Paz. Allí, Délano colaboró en la edición mexicana de Canto General y en su promoción. Algo ocurrió en esos días que vino a meter una cuña en la ya larga amistad. No tengo plena certeza, pero me parece que se debió a ciertos rumores que lograron generar un mal entendido referente a la relación secreta que Neruda mantenía con Matilde Urrutia.



En la década de los 60, Luis Enrique y Lola Falcón vivían en una casita, "el Buque", en la costa de Cartagena, a unos 30 kilómetros de Isla Negra, donde residían los Neruda. Neruda solía pasar por el Buque cuando viajaba a Santiago. Una vez le pidió a mi madre que fuera a un remate en el puerto de San Antonio y que le rematara un ancla que estaba en subasta. Es la mole que está en el patio de su casa. En otra ocasión, debido a que tenía que hacer un viaje, le llevó dos singulares pavos blancos para que se los cuidara hasta su regreso. Debe haberse tardado mucho en volver, porque los pavos terminaron en el horno. Deliciosos.


Durante el gobierno de Salvador Allende, Neruda fue nombrado Embajador en Francia. Délano lo fue en Suecia y países escandinavos. En esos pocos años se vieron algunas veces en París o en Roma, en reuniones de embajadores de Chile, y mantuvieron correspondencia y conversaciones telefónicas. El último encuentro fue en Estocolmo, 1971, cuando el poeta fue a recibir el Premio Nobel. Poco más de un año después, ya enfermo, Neruda regresó a Chile. Se produjo el golpe militar. Murió a los pocos días. Délano no pudo regresar a Chile hasta 1984.



Es curioso que tras los largos años en que compartieron no sólo la amistad, la pasión por el mar, el humor, viajes, aficiones y militancia política, en las memorias de Neruda casi no figure el nombre de Délano. Pienso que tal vez se deba al hecho de que esas memorias quedaron de algún modo incompletas, ya que fueron compiladas y editadas post mortem.

Notas:

Foto 1: Pablo Neruda y Romeo Murga.

Foto 2: Luis Enrique Délano.

Malas Costumbres - Omar Saavedra Santis

17 de febrero de 2011

TITULOS DE DIARIO

INVIDIA


Silvio Berlusconi.
Todos, especialmente los italianos, creen conocerlo al Onorevole Presidente del Consiglio dei Ministri della Repubblica Italiana, al Cavaliere del Lavoro, al capo di tutti capi. Así lo creen porque encuentran su rostro inevitable en la primera página de todos los diarios, en los noticieros de la mañana, la tarde, la noche, de ayer, de hoy y de mañana. Porque reconocen su sonrisa esculpida en palo doquiera la vean, que brilla y resplandece aún en la oscuridad más profunda.
Todos saben que este uomo d'onore, además de su sonrisa, es dueño de una fortuna inmensa, pero desconocen las dimensiones exactas de sus tesoros y nada saben de recetas, ingredientes y modos con los que tal riqueza fue amasada. Todos saben que cuando la situación lo exige el brazo derecho del susodicho se convierte en un misil crucero de alta potencia, pero desconocen su alcance real y todos coinciden en que lo mejor es no conocerlo. Todos saben que las pasiones y ambiciones son parte esencial de todo hombre público, pero la mayoría coincide que en el caso de Berlusconi, estas conforman una patología excesiva aún en los mórbidos meandros del poder político. Con orgullo inaudito él mismo proclama con su dentífrica sonrisa de muñeco de película de terror: "¡Soy la persona más perseguida de todos los tiempos por la justicia en todo el mundo!"[1] Las estadísticas le dan la razón. Los fiscales y jueces que han iniciado procesos judiciales en su contra constituyen legión. Si se mira la muy extensa lista de los juicios a que ha sido sometido, no existe prácticamente ni un área del delito penal y civil que Il Cavaliere haya dejado intocada. En todas las salas de los tribunales italianos, sobre la testera de los jueces, se puede leer una consigna tan solemne como patética: "La legge è uguale per tutti" ("La ley es igual para todos"). Igual de patética que el artículo 3 de la constitución de la República Italiana, que asegura a los desavisados que ante la ley todos gozan de la misma dignidad, sin distinción de sexo, raza, lengua, religión, opinión política, condición política o social. Ciertamente Berlusconi no es el único que ha demostrado que tales preceptos apenas si valen como practical jokes, pero con seguridad es el personaje más emblemático de todos aquellos intocables que –por supuesto no sólo en Italia- hacen de la ley un mojoncito de plastilina para modelar monitos a su propia imagen y semejanza. Pero ha ocurrido también que por alguna razón extraña, la ley ha mostrado a veces poca ductibilidad ante los deseos del Cavaliere, y lo ha puesto al borde de la incomodidad. En tales casos il caro signor Al Tappone (como lo apodó algún chusco cuando a Berlusconi se le antojó usar un delincuencial sombrero panamá) no ha tenido mayores problemas en hacer derogar la ley incómoda y reemplazarla por otra a la medida de sus necesidades. Para esto ha contado y cuenta con la mayoría de un parlamento que él ha convertido en una filial más de alguna de sus mil empresas.
Los italianos saben que su Berlusconi es el que es, aunque no sepan exactamente quien es. Saben bien que las sombras del Cavaliere son frondosas, largas e impenetrables. Saben que es uno de aquellos que después de estrechar la mano de uno de sus votantes, este tiene que contarse los dedos de vuelta para ver si le falta uno. Sin embargo son esos mismos votantes los que, desde 1994 hasta la fecha, le han dado cuatro veces a Silvio Berlusconi la mayoría parlamentaria que él necesita para seguir ejerciendo la mueca de su sonrisa eterna en el laberinto de espejos deformantes en la feria de entretenciones de nuestra modernidad democrática. Un curiosum inmobile que, después de su último triunfo electoral el 2008, Berlusconi mismo explicó ante la prensa con el desparpajo desopilante de los Elegidos. Según él, la receta de su éxito es la envidia. Los italianos lo votan porque lo envidian. Envidian su dinero, su poder, su vida privada, sus triunfos, su ser. Y remató sus razones con una frase para la que aun no ha sido fundido el bronce en que debe ser vaciada: "Gli italiani sono coglione!". ("¡Los italianos son unos boludos!"). Sus votantes, la mayoría del electorado, lo aplaudió a rabiar.
Hoy, Il Cavaliere enfrenta en Milán un nuevo proceso. Esta vez por práctica y fomento de la prostitución con menores, además de abuso de poder. Aunque nada nuevo, el mercado mediático pone en su vitrina, escrita en capitales, la poética posibilidad de que Berlusconi arriesga, por este no tan nuevo delito de su envidiable prontuario, quince años de cárcel.
Per favore, no jodan!
El proceso terminará como todos los anteriores en su contra, de manera muy diferente al de Joseph K. Porque Berlusconi no es un perro. Es él, Il Cavaliere. Y a su regreso victorioso de los tribunales después de esta nueva cruzada, lo estarán esperando a la entrada de una de sus catorce villas, madres y padres anhelantes que le llevarán como ofrenda a sus hijas o hijos catorceañeros, con la esperanza de que Il Cavaliere se digne de meterles aunque sea la puntita.



Ciao a tutti! E andate a cagare...



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