jueves, 27 de enero de 2011

De Malas Costumbres

24 de enero de 2011

FOTOS DE DIARIO


DISFRACES

De Omar Saavedra Santis


Siguiendo algunos consejos cardiológicos de autoayuda, acostumbro a dar cinco mil enérgicos pasos diarios por las calles vespertinas del barrio en que vivo, no más acompañado por mi ineludible Otro Yo, que casi siempre es el mismo. Con el tipo este solemos intercambiar opiniones más o menos sinceras sobre asuntos que los años han ido tornando sospechosamente repetitivos, y que nosotros suponemos de interés, aunque rara vez lo sean. Por supuesto, como corresponde a parejas condenadas a vivir juntas hasta que la muerte los separe, no olvidamos las buenas costumbres de las incriminaciones mutuas y nuestras consuetudinarias, cada vez más acibaradas quejas sobre el estado general del mundo y sus alrededores.
Aunque sin destino fijo, este ejercicio hace inevitable acostumbrarse a determinadas rutas y estaciones. Una de estas últimas es un kiosko donde me detengo a leer los titulares de diarios que hace mucho dejé de comprar, pero que aún no logro dejar de hojear on line y a regañadientes.
Esta vez los titulares dan cuenta de un un supuestamente importante gran cambio en el equipo ministerial del gobierno de turno en este país en el que vivo. La primera página muestra las fotos de los ministros que salen y los que entran, y publica alguna frase presidencial, tres veces adjetivada, con ocasión de este recambio, que por cierto, como ellos mismos bien saben, no ha de cambiar nada. Es sólo una escena más de una muy antaña liturgia republicana, vacía desde hace mucho de significados reales, si es que alguna vez los tuvo. Esa primera página de los diarios del día registra palabras, firmas de actas y nombres sin ninguna trascendencia, salvo aquella que los mismos actores se autoasignan en el momento de posar para una foto tan evanescente como su papel de comparsas en un sainete sin vis cómica ni intenciones de tenerla. Me distraigo con las fotos de esos rostros también perfectamente intercambiables entre sí como los discursos y diatribas con los que ellos articulan su intrascendencia. Como están muy lejos de ser écrivains o écrivants, me ahorro el trabajo de hurgar en la nariz de Barthes en busca de algún material para cementar este juicio mío.
"Si al menos se disfrazaran", suspira en ese momento, con afectación exagerada, mi Otro Yo, quien alguna vez padeció de erráticas inclinaciones por el arte teatral, de las que nunca ha logrado sanarse totalmente.
Su comentario logra irritarme, lo que era, supongo, su propósito, porque era lo mismo que estaba pensando yo, sin atreverme a pensarlo en verdad hasta el final.
"¿Disfrazarse de qué?", le pregunto.
"¡Y, no sé! ¡Disfrazarse de algo, digo yo!", es su respuesta, no exenta de un inequívoco quántum de provocación expresado en ese subtonillo porteño que gusta de usar cuando se trata de sacarme los choros del canasto en cuestiones de leso orgullo vocacional. Ha llegado pues, el momento de la confrontación.
"Escuche, mi estimado", me digo, tratando de ocultar detrás de mi despectiva modulación, tan demodée como yo mismo, la oleada de bronca que ya no puedo evitar, "me parece que usted olvida que los políticos, per se, viven disfrazados. Es la conditio sine qua non de su existencia. Su disfraz, como el de putas travestis, estafadores, periodistas de tevé, milicos, predicadores, embajadores, vendedores de seguros y autos usados, es parte esencial de su más prístina naturaleza profesional. ¡Que un político se plante un disfraz encima del que ya usa, sería de un barroquismo inexcusable, aún en ámbitos tan sobrecargados de payasos y payasadas como el de nuestra fauna y flora política!". Y antes de que mi acompañante abra la boca, agrego de sopetón la frase que él ya está pensando: "¡De acuerdo, más flora que fauna!".
Con esa respuesta mía a la provocación de mi sombra he entrado a un terreno escabroso. Lo sé. La crítica impensada a la práctica de arsénico y encaje antiguo de la actual política contingente, y en contra de aquellos políticos que la practican desde tiempos de memoria escasa, es y ha sido, por desgracia, un efectivo cazabobos de dictaduras de bigote, credo y uniforme. El real espacio crítico que la democracia se permite en relación al personal que la administra, es siempre estrecho y de techo bajo.
En contra de lo esperado empero, la réplica de mi Otro Yo a mi feble razonamiento no toca ese nervio al aire que deja mi argumentación. Lo hace de adrede y por mortificarme. Por dejar la espina clavada en la mala conciencia de mi lengua atarantada.
"Cierto", dice mi siamés intrínseco, "por eso mismo, ¿no sería simpático que, por variar digo yo, los políticos se disfrazaran alguna vez de lo que son, en lugar de lo que les gustaría parecer?".
Los cuatro mil pasos que nos faltan para cumplir la caminata terapéutica de esa tarde, los invertimos en imaginar cómo se verían.

Brasil (el barrio), 23 de enero del 2011

No hay comentarios: