sábado, 21 de abril de 2012

Prólogo: “Yamayá, la virgen del mar de Baracoa y otros cuentos” Por: Hernán Iglesias Villar (Güira de Melena, Cuba


Prólogo: "Yamayá, la virgen del mar de Baracoa y otros cuentos" Por: Hernán Iglesias Villar (Güira de Melena, Cuba

Portada_YemayY fue él, aquel "almirante de la Mar Océana", el intrépido genovés que cruzó a ciegas el mar, el primero que no encontró las palabras certeras para definir las sensaciones inéditas que despertaba la visión de esta Isla. Nunca supo el viejo Colón, que había caído bajo el influjo de la magia que emana desde este pedazo de tierra al borde del gigante telúrico. Luego vinieron otros, aquellos viajeros que también sucumbían al influjo insular, que no pudieron desprenderse de los deseos de auscultarla, de definirla, de absorber de alguna manera esa "ternura de las cosas pequeñas y el señorío de las grandes cosas". Todos, los de antaño como los de hogaño, cayeron dulcemente vencidos bajo el "peso" de aquella isla piñeriana.
Quizás eso le sucedió a Luis Eduardo Aguilera, un chileno que desembarcó algún día de la década de 1990 en esta franja de tierra, y luego comprendió que las pociones hechiceras de sus vientos, los conjuros silenciosos de sus gentes y el bilongo feliz de su mestizaje espiritual, lo convocarían una y otra vez para siempre al regreso. Y la Isla entró en su escritura, como hembra mulata, como pueblo abrasador.Y un viaje hacia el interior de Cuba, ese interior más profundo y revelador que las entrañas geológicas, es el que nos presenta ahora este narrador a través de tres cuentos: Yemayá, la virgen delmar de Baracoa, En el Paseo del Prado la vida es un sueño y La heredera de Ochún no se encuentra sola. Yemayá… cuenta una historia de amor, pero del amor entrelazado con las coordenadas de esta Isla.
El narrador, en una primera persona que también va mostrando sus ansias, sus miedos y sus sueños, nos acerca a la vida de Yusleidy, mulata de Baracoa, hija privilegiada de Yemayá, la respuesta a todos los anhelos de este hombre que solo buscaba esa dimensión inacabable del amor. Sabemos que Yusleidy existe, porque abraza, sofoca y arrasa, con su imagen desnuda al borde de la playa, todos los sitios vacíos y llenos del amante a quien ya no le cabe más dentro de la mirada del pecho. Pero por momentos deja de ser singular, corpórea. Entonces Yusleidy contiene todo el mestizaje que conforma la identidad de esta nación.
Toma rasgos de símbolo, donde se conjugan los contrastes y las búsquedas, las culturas cruzadas, arremolinadas y resurgidas en una criollez policromática pero distinguible. Cesa su mujeril presencia para convertirse en manera, en justificación que da al autor la posibilidad de ofrecer su visión de los cubanos, de intentar al menos –como viajero deudor de una larga precedencia de visitadores– rescatar un pedazo de la indefinición que circunda a la Perla de Las Antillas; o, simplemente, para confesar, sin prisas ni vergüenzas, su amor desesperado y lírico por esta Isla–mujer.
Y la ciudad –tema recurrente en las historias sobre Cuba de Luis Aguilera– vuelve otra vez aquí. No solo la ciudad visible, con sus calles, sus monumentos, sus edificios coloniales, sino también la ciudad–sentimiento, la Habana suspirada, que con apenas asomarse a ella anuncia que se le va a extrañar, que sobrevivirá en los deseos a pesar del tiempo y la ausencia. Habana que es historia, pero también presente con los juegos de niños, las "sábanas blancas colgadas en los balcones", los peligros y abaratamientos de los habitantes de una urbe que alguna vez fue ciudad de puerto.En Yemayá, la virgen del mar de Baracoa, Luis roza con la punta de su letra el mundo de la religión afrocubana, con su carga de misterio y su presencia latente en los principios de la cultura cubana.
Esta historia, a no dudar, es pura y tradicional narrativa, pero prosa atrevida que trasciende airosa sus límites hasta los predios de la poesía. Quizás por esa causa la realidad que se va recorriendo en el cuento no nos agobia con una objetividad que pudo llegar a ser aburridamente puntillosa; o tal vez no fue esa la razón –y pienso que así es–, porque más que realidad hallamos aquí contornos, reconocibles, pero no imprescindiblemente inequívocos: un toque maravilloso y hasta mágico los resguarda.Y música –música– de Pablo Milanés, de Silvio, de la trova tradicional, del Filin, los boleros, música, otra vez, música, imprescindible para vivir a plenitud esta Isla, que no puede desprenderse de la diversidad de colores, de sabores, de religiones, de certezas y rumores, y que tampoco pudo faltar en la historia de amor entre la mulata y el viajero, si la cita tenía lugar en Cuba, y la mulata era encarnación misma de Yemayá, la virgen del mar de Baracoa.
La otra historia que nos regala Luis Aguilera, En el Paseo del Prado la vida es un sueño, tiene los mismos aires de sitio, de bolero e imagen pictórica que anuncia su título. El autor continúa su viaje en la Isla, pero esta vez no hacia lo maravilloso o mágico, sino que se detiene en esa porción cotidiana, de entrecalles y patios que tanto abundan en la Cuba del interior, de pueblo, desde donde la ciudad se vislumbra como promesas, desenfrenos o se torna en nostalgias de parques e historias de amor.
El cuento nos lleva por una parte de la vida de Emilio Eduardo Sotomayor Ferrar, cubano sencillo, persona común, que como tantos cumplió una misión internacionalista, trabajó en una granja avícola, vive en un municipio pequeño, al sur de la provincia de La Habana, y amó, y desamó, y volvió amar. Es entonces una historia que ahonda en los resortes humanos del recuerdo, los desencuentros, las trazas de la distancia y los comienzos. Y está Cuba también en este cuento, pero ya no insólita, en sobresaltos transculturales, sino, más bien, la Cuba que, como los patios de la casa del pueblo del personaje principal, respira sosegada, entre el arrullo de los mangos y las guayabas que matizan el paisaje campestre cubano, pero igualmente transida por las contradicciones de su historia y sus gentes, que acaso también la definan, como esa otra visión arcádica, vestigio indeleble de espejo de paciencia.
A pesar de ello, el autor no puede sustraerse al hecho de develar dimensiones propias de nuestra cultura: la forma de cortejar, los prejuicios heredados de siglos de colonialismo español, la manera de conducir las relaciones interpersonales, el machismo. Persigue al narrador su sino de viajero, que no oculta su regusto por los árboles frutales y maderables, su admiración por los contrastes que están al comienzo de nuestra identidad, o por el sabor indiscutible de los "moros y cristianos" que preparaba Patrosinia, la madre de Emilio Eduardo Sotomayor Ferrar. El autor hace derroche de su oficio en transmutaciones mayormente imperceptibles de los planos narrativos, y el tiempo abandona su decursar elemental para intrincarse en un ir y venir desde el presente al pasado, al futuro, y vuelta al punto inicial, y otra vez a un ciclo diferente, que aporta ritmo y complejidad al texto, y permite establecer conexiones y estados de ánimo en momentos diferentes de los personajes y la historia; legado de una narrativa americana anterior que Luis continúa desde su particularidad exactamente definida.
Si bien se descubre esa huella, no sé por qué –y quizás nunca quiera explicármelo para no renunciar al morbo seductor de algunas dudas– a ratos en este cuento parece como si se leyera a aquella generación de la década de mil novecientos ochenta en Cuba, que pasadas las intensas caminatas, los fusiles, el insomnio de la muerte silbando ante cada bala agresora, comenzó a tratar de explicarse la sociedad que iban construyendo, con sus justezas y sus costuras visibles, y se fueron al trabajo, a las fábricas, a las oficinas, a la emulación, a la cocina de las casas y a los divorcios, en un viaje más a las esencias nacientes, más hacia la Cuba día a día, de los ómnibus y las pizzas en el 23 y 12 habanero; con un lenguaje que abandonó su epicidad, para transformarse en murmullo, en voz baja, pero persistente unas veces, cuando no en mueca irónica y mordaz. ¿Será que cristalizó el ser  atinoamericano de este chileno de sonrisa franca en estos predios?, ¿o será que tanto se le entró la Isla en su alma que ya sus letras se entretejen con nuestro espíritu, como se "abarrocan" las plantas en nuestros montes?
Por todas esas confluencias literarias y humanas, este cuento no sea tal vez el de Emilio Eduardo Sotomayor Ferrar, la ex esposa Magalys o Vazilby Díaz, la vuelta a los abrazos y la vida; quizás sea la historia también de quién sabe quién que se despierta en estos instantes a no sé cuántos kilómetros de distancia, una dimensión universal que despoja a este relato de finales perentorios, para que sea concluido cualquier día, cualquier noche, entre la mirada atenta de cada lector. ¡Ah!, pero es mi historia también, o la de esa muchacha que ahora cruza la calle, y si cualquier viajero se asoma a los predios de esta Isla, a sus gentes, a su aire, comprenderá rápidamente que Luis Eduardo Aguilera –el amigo Luis– escribía en Cuba, escribía desde Cuba.
Y la inquietud de este viajero atento, lo llevó más hacia adentro todavía en su paso por la Isla. El autor continúa esta vez hasta una porción más pequeña y profunda de Cuba; hasta el poblado de campo, el "asentamiento poblacional" cubano, que otrora estuviera conformado por trabajadores relacionados con el cultivo de la tierra, y que hoy la emigración interna desde el oriente de la Isla ha ido recomponiendo y aumentando. Entra así quizás por primera vez en la literatura chilena –¿y en la literatura toda?– el barrio de La Cachimba.Con "La heredera de Ochún no se encuentra sola", Luis se adentra en ese mundo de la barriada campestre, que se le aparece ante sus ojos viajeros como un espacio donde se dan citas los contrastes y las esencias; desde donde puede descubrir los secretos de la flora cubana, el sonido polifónico y sugestivo de nuestros bosquecillos, a los cuales solo puede asistir en calidad de espectador, y apenas alcanzar a describirlos en intensos cuadros plásticos, pero sin atreverse a desentrañarlos, quizas por no develar el encanto, quizás porque lo insólito siempre sobrepasa las zonas del razonamiento.
Aquí el autor se tropieza con la mitología cubana, con los Güijes que hechizan desde charcas y ríos; pero también con la arquitectura típica del campo, los pequeños jardines que rodean las casas, y la diversidad de matices sonoros y de significados denuestro léxico. Todo ello se le presenta diferente, nuevo, y no oculta su asombro y hasta su duda acerca del real significado de todo cuanto le rodea.
Aun el amor que experimenta en La Cachimba se tiñe de visos maravillosos; a la mulata Yanelys, sobrecogedora hasta el extremo de aparecerse a su mirada como depositaria de los encantos de la diosa Ochún, la descubre en un sitio casi olvidado por los mapas, casi inexistente luego de pasados los cuarenta minutos de carretera, y es ahí donde esta mujer arrasa con las contenciones del autor y le desborda la escritura en versos y melodías.
Y un viaje con semejantes alternancias entre la realidad y lo mítico, solo podía ser contado desde lo más interior, desde un monólogo que permitiera riendas sueltas a los devaneos psíquicos, para diluir la realidad en un cambio constante de planos, en un tiempo que se trasformara en subjetivo, en nostalgias y  dos, avasallado por una insularidad que amenaza con no admitir segundas oportunidades.
Por eso Luis Aguilera cierra su libro con este cuento, porque ha llegado a un punto trascendente en su viaje hacia el conocimiento de los secretos de esta Isla, pero también porque la recuerda –en la persona alucinante de Yanelys– desde la ventana de su balcón, y desde allí puede ver "los barcos que se alejan quejumbrosos del puerto de Coquimbo y La Serena, en Chile…" en una reticencia que bien pudiera ser el latido de una promesa.

Hernán Iglesias Villar (Güira de Melena, Cuba, 1972) Licenciado en Literatura Española. (Universidad de Ciencias Pedagógicas). Es director, guionista y conductor de programas de radio.  Trabaja actualmente en la emisora Radio Ariguanabo. Se desempeña también, como profesor adjunto de la Universidad Agraria de La Habana "Fructuosos Rodríguez Pérez". Es miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba y de la Unión Nacional de Historiadores de Cuba. Obras suyas han sido premiadas en diferentes festivales de la radio. Ha publicado varias investigaciones sobre Literatura e Historia de la Educación Cubanas.

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